Vamos que la cosa se anima y los positivos se acumulan...este mapa no es muy difícil situarlo, pero bueno, decidme el año aproximadamente y lo que significa la leyenda con ese color amarillo y amarillo rayado
viernes, 25 de mayo de 2018
jueves, 24 de mayo de 2018
Mapa número 4
Aquí va otro mapa para sumar alguna nota positiva. Venga esos comentarios, no es solo cuestión de ser el primero, es sobre todo acertar. 24 horas tenéis.
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jueves, 17 de mayo de 2018
Mapa número 3
Aquí va otro mapa para sumar alguna nota positiva, doy dos pistas, no es de geopolítica y los colores amarillos-rojos-naranjas son un aspecto negativo para el tema del mapa, mientras los verdes son más positivos.
Venga esos comentarios, no es solo cuestión de ser el primero, es sobre todo acertar.
Venga esos comentarios, no es solo cuestión de ser el primero, es sobre todo acertar.
martes, 15 de mayo de 2018
¿Entendéis lo que hablamos de la ONU?
EEUU veta en el Consejo de Seguridad una investigación independiente en Gaza
La Casa Blanca culpa a Hamás de la matanza del ejército israelí
Estados Unidos ha bloqueado una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU en la que pedía una investigación independiente por la matanza de este lunes en Gaza.
Según el borrador, obtenido por la agencia AFP, el Consejo de Seguridad expresa "su indignación y pesar por el asesinato de civiles palestinos que ejercen su derecho a protestar pacíficamente". El organismo pedía "una investigación independiente y trasparente sobre estas acciones" pero Estados Unidos, como miembro permanente, lo ha vetado. El Consejo de Seguridad se reunirá este martes de urgencia a petición de Kuwait, según fuentes diplomáticas.
Por su parte, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, hace un llamamiento de "contención necesaria" ante la gran cantidad de personas asesinadas en Gaza por parte del ejército irsaelí.
Estados Unidos, por su parte, mantiene que la responsabilidad de las muertes es de Hamás. El portavoz de la Casa Blanca, Raj Shah asegura que lo ocurrido ayer "es un intento de propaganda horrible y desafortunado" de Hamás.
A pesar del traslado de la embajada a Jerusalén, Washington insiste en que respeta el estatus quo de los lugares sagrados, y dice estar comprometido en buscar un acuerdo de paz duradero entre palestinos e israelíes.
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jueves, 10 de mayo de 2018
Polonia, el país cambiante
Interesante artículo de la página 'El Orden Mundial'
Polonia ocupa en la actualidad una superficie de casi 313.000 km², constituyendo el sexto país más grande de la Unión Europea. Sus 3.500 km de frontera son el resultado de más de doscientos años de constantes cambios y revisiones, con épocas intermedias de relativa estabilidad, al ritmo de los eventos que han sacudido al país y a sus vecinos. Pocos límites de estados europeos reflejan tan bien como los de Polonia los vaivenes de la política internacional del siglo XX, y pocos han tenido tanto protagonismo e importancia en lo que el historiador británico Eric Hobsbawm llamó la “Era de los Extremos”.
Lo cierto es que lo que actualmente consideramos “Polonia” no es sino resultado directo de los tratados que en 1945 pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial, la última fase de un proceso de evolución que ha tenido un final relativamente reciente si lo comparamos con la formación de otras fronteras como las de Francia, España o Países Bajos. La volatilidad de las fronteras polacas se ha debido en parte a la ausencia de barreras naturales claras al este o al oeste –sólo los Cárpatos y el Mar Báltico suponen una barrera infranqueable en este sentido–, lo que acompañado de la diversidad étnica característica de los espacios centroeuropeos ha favorecido la falta de estabilidad a la hora de establecer límites con sus vecinos tradicionales más directos, Alemania y Rusia.
Los antecedentes: de la Rzeczpospolita a la reconstrucción (1569-1918)
Desde el siglo XV, Polonia había estado virtualmente unida a su vecina Lituania, unión que se ratificó con la creación en 1569 de la Rzeczpospolita – literalmente, República – de las Dos Naciones, el estado más extenso de Europa en su tiempo, que perduraría hasta 1795. La República de las Dos Naciones, lejos de ser homogénea, estaba habitada por una gran cantidad de etnias y pueblos de orígenes muy diversos: junto a polacos y lituanos había una gran presencia de alemanes, judíos, rutenos, rusos e incluso tártaros, una cuestión que heredaría indirectamente la Polonia futura.
La época de mayor esplendor de la Rzeczpospolita quedó atrás en el siglo XVIII, cuando Polonia-Lituania fue cayendo progresivamente en la órbita de sus vecinos –que llegaron incluso a decidir quién se sentaba en su trono–, muy especialmente de Rusia. La injerencia de la zarina Catalina II en los asuntos polacos fue aumentando cada vez más, hasta el punto de colocar en su trono al que sería el último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski (1764-1795), procedente de una de las principales familias nobiliarias del país –y uno de sus ex amantes–. La progresiva influencia de Rusia y en menor medida de Prusia y Austria en los asuntos polacos culminaría en 1772 con la primera de las tres particiones que sufriría Polonia. A esta primera separación, que arrebató a Polonia casi un 30% de su territorio, que pasó a manos de Austria, Prusia y Rusia, siguieron otras dos en 1793 y en 1795. Ese mismo año, Polonia simplemente dejó de existir.
Durante todo el siglo XIX, los polacos –muchos de ellos en el exilio en París– buscaron la recuperación de su perdida independencia al calor del nacionalismo romántico imperante y las revoluciones liberales. Esto les llevó a apoyar a Napoleón –que estableció una efímera Polonia independiente bajo el pomposo nombre de “Gran Ducado de Varsovia”– y a llevar a cabo infructuosas insurrecciones en 1830, 1846 y 1863. Todas ellas terminaron en un rotundo fracaso, que no hizo sino avivar las ansias de independencia de la intelectualidad polaca en el exilio. Sería la Primera Guerra Mundial la que, al calor de la caída de los tres grandes imperios que se habían repartido Polonia, permitiera el surgimiento de una nueva Polonia.
¿Qué forma había de tomar un estado que no había existido en más de un siglo, que nunca había tenido unas fronteras claras con sus vecinos y cuyos intereses chocaban de lleno con los de las nuevas nacionalidades aparecidas en su entorno? Este sería uno de los principales puntos que iban a tratarse durante las reestructuraciones del mapa europeo en 1919, y que condicionaría la política internacional europea de toda la primera mitad del siglo XX.
Abrirse paso a codazos: la frontera occidental de la nueva Polonia (1919-1939)
La cuestión acerca de las fronteras de la renacida Polonia se convirtió en uno de los puntos más polémicos de las negociaciones territoriales en Versalles, donde chocaron los intereses polacos y los de las potencias vencedoras de la guerra. El delegado en jefe de Polonia en las negociaciones, Roman Dmowski, proponía delimitar el nuevo país basándose en las fronteras anteriores a la partición –retomando el gigantesco y diverso estado de la primera Rzeczpospolita–. Esta propuesta no fue bien recibida por el resto de negociadores, que consideraban Polonia un estado menor que debía acatar las decisiones de las potencias y asumir un papel secundario ceñida a unas fronteras basadas en la etnia. Como los sucesos demostraron, ambas opciones eran inviables.
Uno de los puntos más peliagudos de la negociación fue definir el límite occidental del nuevo estado, que se trazaría a costa de las antiguas provincias orientales del Imperio Alemán y siguiendo criterios étnicos. Polonia recibió la Poznania, con capital en Poznań –Posen en alemán, ciudad que se había levantado en armas hacia el final de la guerra a favor de una Polonia independiente–, la mitad sur de la Alta Silesia –una zona codiciada por su riqueza minera, que votó en un plebiscito la anexión a la nueva Polonia– y el área alrededor de la ciudad de Danzig, que quedó como Ciudad Libre en una solución que no convenció ni a polacos ni a alemanes. Pese a todo, Polonia había logrado el que era uno de sus objetivos principales: lograr una salida al mar, un suceso que se celebró en 1920 con un evento militar conocido como Zaslubiny z Morzem –“los esponsales con el mar”–. Además de estos cambios principales, Polonia también recibió las ciudades prusiano-orientales de Allenstein, que pasó a ser Olsztyn, y Marienwerder (Kwidzyn). Con esta auténtica “partición de Prusia” comenzó un proceso de desgermanización que llevó a los alemanes orientales a emigrar progresivamente hacia el oeste, una escena que se repetiría a partir de 1945.
No todas las polémicas territoriales de la frontera occidental de Polonia tuvieron a Alemania como principal rival; las fricciones comenzaron muy pronto con las recién creadas repúblicas vecinas por la imposibilidad de aplicar el criterio étnico que buscaban los reajustes de los Tratados de Versalles. En concreto, Polonia sostuvo una disputa con otra república completamente nueva, Checoslovaquia, por el dominio de tres comarcas fronterizas del antiguo Imperio Austro-Húngaro: Cieszyn –Těšín para los checos– Spisz (Spiš) y Orawa (Orava). El conflicto acabó resolviéndose en 1920 con la división de dos de estas localidades en dos partes, una polaca y otra checa, con la frontera estatal en medio.
La frontera imposible: el límite oriental de Polonia (1919-1939)
Con todo, la frontera más controvertida y disputada de Polonia será con diferencia su límite oriental, con una extensa área que abarcaba las actuales Ucrania, Lituania y Bielorrusia –el historiador británico Norman Davies emplea el término ULB Area– entre Polonia y la Rusia revolucionaria. Esta zona, sin mayoría de población rusa o polaca y sazonada por una serie de movimientos nacionalistas que buscaban la autodeterminación al calor del vacío de poder ocasionado por el fin de la Primera Guerra Mundial, se convirtió en el campo de batalla entre las fuerzas de las recién creadas Segunda República Polaca y Unión Soviética. Las hostilidades comenzaron en 1919 con el avance del ejército polaco hacia el territorio soviético y concluyeron en 1920, tras una decisiva victoria polaca en la batalla de Varsovia.
El armisticio, firmado en Riga, propuso la creación de una frontera que perduraría hasta 1939 –la más definitiva de las siete propuestas de frontera oriental polaca realizadas entre 1914 y 1945–. La frontera entre la Unión Soviética y Polonia quedó establecida en un punto mucho más al este que la frontera actual, englobando a toda una serie de nacionalidades que convirtieron Polonia en un estado mucho más heterogéneo de lo que las potencias de Versalles hubieran deseado. A los territorios anexionados se sumó además la Galicia Oriental, con capital en Lwów, de población polaca en las capitales y ucraniana en el ámbito rural.
En su recién adquirida frontera oriental, Polonia entraría en disputa también con la nueva república de Lituania, que reclamaba para sí la ciudad de Vilna como capital. Esta ciudad había sido tradicionalmente la capital del Gran Ducado de Lituania, pero su población lituano-parlante no llegaba al 5% frente a una mayoría aplastante de polacos; esto creó una fricción entre ambos estados que culminó con la entrada de tropas polacas en la ciudad y la anexión a Polonia en 1922. La capital lituana seguiría siendo Kaunas hasta 1942.
Los reajustes de fronteras posteriores a la Primera Guerra Mundial convirtieron a la Segunda República Polaca en un estado multiétnico bastante alejado del estado homogéneo que buscaban los famosos catorce puntos de Wilson, una circunstancia que había sido posible sólo gracias a las acciones militares polacas en un momento de debilidad de los antiguos imperios ruso y alemán. Según el censo de 1931, en una población de 32 millones de habitantes sólo un 69% eran polacos étnicos, que compartían la República con ucranianos (15%), bielorrusos (4,7%), alemanes (2,3%) y hasta diez nacionalidades más.
Nacionalidades en Polonia, en 1931
Todo esto cambiaría en septiembre de 1939 con la invasión alemana y soviética de la República de Polonia, que dividiría el país en dos partes siguiendo lo estipulado en el Pacto Molotov-Ribbentrop: la oriental bajo influencia soviética y la occidental, bajo control del Reich. Finalizaban así veinte años de Polonia independiente, y comenzaba uno de los períodos más oscuros de la historia del país. La Polonia que saldría de la Segunda Guerra Mundial sería, con toda probabilidad, una Polonia diferente.
Una solución draconiana: las fronteras actuales de Polonia (1945-)
El fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 trajo una nueva reconfiguración del mapa polaco, en esta ocasión de manera definitiva, que a grandes rasgos se ha mantenido hasta la actualidad. Las fronteras de 1945 no solucionaron los problemas del período de entreguerras, sino que literalmente, y de nuevo en palabras de Norman Davies, los destruyeron.
La frontera oriental de Polonia, origen de inestabilidades y disputas territoriales durante la primera mitad del siglo XX, fue basada en la llamada “Línea Curzon”, que había sido propuesta por el ministro de exteriores británico George Curzon en 1919. En su día la propuesta de Lord Curzon había sido rechazada, pero la Conferencia de Yalta la retomó; esto privaba a Polonia de un 20% de su territorio que pasaba a las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Ucrania, Bielorrusia y Lituania. Era por lo tanto una solución sustancialmente ventajosa para la URSS, que sin embargo ignoraba a la minoría polaca al este de la Línea Curzon.
Las grandes pérdidas territoriales experimentadas por Polonia en el este fueron recuperadas con creces en el oeste, donde se estableció una nueva frontera que seguía los ríos Oder-Neisse. Polonia compensaba así con 64.000 km² de la antigua Alemania la pérdida de 110.000 km² a favor de la URSS –una zona menos rica en recursos y menos habitada que la recién adquirida en el oeste–. El este de Brandeburgo, Silesia, Pomerania Oriental y el sur de la Prusia Oriental –el norte de la misma, alrededor de la recién bautizada Kaliningrado pasó a formar parte de la URSS– fueron anexionadas a la nueva República Popular Polaca.
Las fronteras de la nueva Polonia resultaron una imposición pragmática al calor de las circunstancias extraordinarias de 1945, sin tener en cuenta factores como la demografía o las nacionalidades. Esta situación crearía uno de los mayores problemas humanitarios del siglo XX europeo. En torno a seis millones de alemanes se encontraron en una nueva Polonia en la que, por obvias razones, no eran bien recibidos, y tuvieron que desplazarse hacia el oeste, a la Alemania Occidental, donde fueron reasentados. Esta trágica situación provocó un vacío demográfico en el oeste de la nueva Polonia, que fue compensado con la llegada de un millón y medio de refugiados polacos venidos de las tierras anexionadas a la URSS, que junto a dos millones de colonos del centro del país y a otro millón y medio de polacos venidos de Alemania, donde habían estado trabajando en régimen de esclavitud durante la Segunda Guerra Mundial, repoblaron las nuevas tierras occidentales de Polonia. Este proceso fue coordinado minuciosamente por la Państwowy Urząd Repatriacyjny (Oficina Estatal de Repatriación), un órgano creado a propósito para el reasentamiento de población polaca dentro de la nueva República. A estos ajustes demográficos se sumó la desaparición de más de dos millones y medio de judíos –un grupo especialmente abundante en Polonia– durante el dominio nazi.
Desde 1945 las fronteras de la República de Polonia han sido las más estables de toda su historia, delineando un país que está más cerca del territorio de la Polonia medieval bajo la dinastía de los Piast que de la Polonia de las particiones de 1772. Los durísimos reajustes realizados tras la Segunda Guerra Mundial han creado un país homogéneo étnicamente, tal y como hubiera sido el deseo de las potencias vencedoras en 1919, en el que actualmente –según los datos del censo de 2011– el 97,7% de los habitantes es de nacionalidad polaca. Como hemos podido comprobar, este es el resultado de una intensa ingeniería política internacional que tras la Primera Guerra Mundial redibujó las fronteras tratando de adaptarlas a las nacionalidades, y que tras la Segunda Guerra Mundial redistribuyó las nacionalidades de acuerdo con las fronteras. Literalmente, en 1945, las fronteras pasaron por encima de las personas con toda prioridad.
Este replanteamiento de lo que significa Polonia en la actualidad ha creado situaciones de reconstrucción del pasado para readaptarlo a los nuevos intereses, en ocasiones pasando por encima del pasado de regiones enteras para resaltar los aspectos de su historia en los que los polacos han sido protagonista. La toponimia refleja bien estos cambios: la histórica Breslau es conocida oficialmente como Wrocław, y hoy en día su fisonomía es la de una ciudad completamente polaca. Visto desde otra perspectiva, nadie diría hoy que en la lituana Vilnius (Wilno) hace apenas ochenta años sólo un 5% de la población sabía lituano, o que la ciudad ucraniana de L’viv era hace setenta años la polaca Lwów…Y hace un siglo la austríaca Lemberg.
Una peculiaridad de los reajustes fronterizos de Polonia desde 1772 es la ausencia de los propios polacos en la toma de decisiones, que les han venido impuestas siempre desde las potencias vecinas sin dar opción a la propia Polonia a decidir como parte contratante. Una de estas potencias, Rusia, uno de los principales actores internacionales que ha decidido sobre las fronteras de Polonia, que ya no limita con ella desde 1991 exceptuando la franja norte del oblast de Kaliningrado; pese a ello sigue formando parte principal de la política internacional de la nueva Rzeczpospolita, que ahora cuenta con un “cinturón de seguridad” de repúblicas menores –sus viejos vecinos bálticos y Ucrania– frente a su tradicional vecino del este.
Situación internacional de Polonia tras 1989, con los principales movimientos demográficos y medidas de defensa internacional. Fuente: Le Monde Diplomatique
En 1991 los ministros de exteriores polaco y alemán firmaban el “Tratado de la Frontera Germano-Polaca”, por la cual la República Federal Alemana reconocía la línea del Oder-Neisse como la definitiva entre las dos repúblicas –uno de los requisitos para el visto bueno estadounidense para la reunificación alemana–. Junto a él se firmó también un “Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa”, que garantizaba el respeto a las minorías a ambos lados de la frontera polaco-alemana. Atrás quedaban la brutalidad y las tensiones que habían dibujado los bordes de Polonia durante casi medio siglo.
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miércoles, 9 de mayo de 2018
9 de mayo, rendición de Alemania
Hoy 9 de mayo es la fecha de la rendición alemana en la 2ª guerra mundial, os saco un extracto de como fue esa firma:
En la mañana del mismo día el acta firmada de capitulación incondicional fue llevada al Gran Cuartel General del Mando Supremo.
El primer punto del acta rezaba:
“1. Nosotros, los abajo firmantes, actuando en nombre del Alto Mando alemán, aceptamos la capitulación incondicional de todas nuestras fuerzas armadas en tierra, mar y aire y también de todas las fuerzas que se encuentran actualmente bajo el Mando Alemán ante el mando Supremo del Ejército Rojo y al propio tiempo ante el Mando Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas”.
Por el día me telefonearon de Moscú y me comunicaron que toda la documentación sobre la capitulación de la Alemania fascista había sido recibida y entregada al Jefe Supremo.
Así pues, terminó la cruenta guerra. La Alemania fascista y sus aliados fueron definitivamente derrotados.
Duro fue para el pueblo soviético el camino de la victoria. Y hoy todos los hombres honrados del mundo, lanzando una mirada a los terribles días pasados de la Segunda Guerra Mundial, deben recordar con profundo respeto y simpatía a quienes lucharon contra el fascismo e inmolaron su vida por liberar de la esclavitud fascista a toda la humanidad.
Texto extraído de las "Memorias y Reflexiones" del Mariscal soviético Gueorgui Konstantínovich Zhukov. Tomo II. Editorial Progreso
El 7 de mayo me telefoneó Stalin a Berlín y me comunicó: -Hoy, en la ciudad de Rheims, los alemanes han firmado el acta de capitulación incondicional. El peso principal de la guerra –continuó- lo ha soportado sobre sus espaldas el pueblo soviético y no los aliados, por eso la capitulación debe ser firmada ante el mando Supremo de todos los países de la coalición antihitleriana y no sólo ante el Mando Supremo de las tropas aliadas.
-Tampoco estoy de acuerdo –continuó Stalin- con que el acta de capitulación no se haya firmado en Berlín, centro de la agresión fascista. Hemos convenido con los aliados en considerar la firma del acta en Rheims como protocolo previo de la capitulación. Mañana llegarán a Berlín los representantes del Alto Mando alemán y del Mando Supremo de las tropas aliadas. A usted se le nombra representante del Mando Supremo de las tropas soviéticas. Mañana llegará donde usted Vishinski. Después de la firma del acta se quedará en Berlín como su asesor político.
El 8 de mayo, por la mañana temprano, llegó en avión a Berlín A. Vishinski, vicecomisario del pueblo de Negocios Extranjeros. Trajo toda la documentación necesaria para la capitulación de Alemania y comunicó la composición de los representantes del Mando Supremo de las tropas aliadas.
El 8 de mayo, por la mañana empezaron a llegar a Berlín los periodistas, corresponsales y reporteros gráficos para captar el histórico momento de la formalización jurídica de la derrota de la Alemania fascista, del reconocimiento por ella del irreversible fracaso de todos los planes fascistas, de todos sus objetivos misantrópicos.
Mediado el día llegaron al aeródromo de Tempelhof los representantes del Mando Supremo de las tropas aliadas.
Representaban al Mando Supremo de las tropas aliadas Arthur W. Tedder, mariscal de aviación de Gran Bretaña, el general Karl Spaatz , comandante jefe de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de EE.UU. y el general Jean de Lattre de Tassigny, comandante en jefe del Ejército francés.
En el aeródromo los recibieron mi suplente, el general del ejército V. Sokolovski, el coronel general N. Berzarin, primer comandante de Berlín, el teniente general F. Bókov, miembro del Consejo Militar del Ejército y otros representantes del Ejército Rojo. Del aeródromo los aliados se trasladaron a Karlshort, donde se había decidido recibir del Mando alemán la capitulación incondicional de Alemania.
Al mismo aeródromo llegaron de la ciudad de Flensburg, custodiados por un grupo de oficiales ingleses, el general feldmarschall Keitel, el almirante de la Flota Friedeburg y el coronel general de aviación Stumpff, que tenían poderes de Dönitz* para firmar el acta de capitulación incondicional de Alemania.
Allí, en Karlshort, en la parte oriental de Berlín, en el edificio de dos plantas que había sido comedor de una escuela de ingenieros militares de Alemania, prepararon la sala donde debía transcurrir la ceremonia de la firma del acta.
Tras un breve descanso del viaje, todos los representantes del Mando de las tropas aliadas vinieron a verme para ponernos de acuerdo acerca de las cuestiones de procedimiento de tan emocionante suceso.
Apenas entramos en el local reservado para la conversación irrumpió una avalancha de periodistas norteamericanos e ingleses y sin preámbulos empezaron a asediarme a preguntas. En nombre de las tropas aliadas me hicieron entrega de una bandera de amistad en la que estaba bordado en letras doradas un saludo de las tropas norteamericanas al Ejército Rojo.
Una vez que los periodistas abandonaron la sala de la reunión abordamos el examen de varias cuestiones relacionadas con la capitulación de los hitlerianos.
El general-feldmarschall Keitel y sus acompañantes se encontraban mientras tanto en otro edificio.
Según referían nuestros oficiales, Keitel y los otros componentes de la delegación estaban muy nerviosos. Dirigiéndose a quienes lo rodeaban, Keitel dijo:
-Al pasar por las calles de Berlín me quedé estremecido del grado de su destrucción.
Uno de nuestros oficiales le respondió:
-Señor feldmarschall, ¿y usted no se estremeció cuando por orden suya eran borradas de la faz de la tierra miles de ciudades y aldeas soviéticas bajo cuyos escombros murieron aplastadas millones de personas nuestras, incluyendo muchos miles de niños?
Keitel palideció, encogió nervioso los hombros y no respondió nada.
Como habíamos convenido de antemano, a las 23 horas 45 minutos, Tedder, Spaatz y De Lattre de Tassigny, representantes del Mando aliado, A. Vishinski, K. Teleguin, V. Sokolovski y otros se reunieron en mi despacho, que se hallaba al lado de la sala donde los alemanes debían firmar el acta de capitulación incondicional.
A las 24 horas en punto entramos en la sala.
Comenzaba el 9 de mayo de 1945…
Todos tomamos asiento a la mesa. Estaba junto a la pared donde habían fijado las enseñas nacionales de la Unión Soviética, EE.UU., Inglaterra y Francia.
En la sala, a las largas mesas cubiertas con tapete verde, se acomodaron los generales del Ejército Rojo cuyas tropas habían destrozado en el más corto plazo la defensa de Berlín, obligando al enemigo a deponer las armas. Estaban presentes también numerosos periodistas y reporteros gráficos soviéticos y extranjeros.
-Nosotros, representantes del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Soviéticas y del mando Supremo de las tropas aliadas –declaré abriendo la reunión- hemos sido facultados por los gobiernos de la coalición antihitleriana para aceptar del Mando militar alemán la capitulación incondicional de Alemania. Inviten a la sala a los representantes del Alto Mando alemán.
Todos los circunstantes volvieron las cabezas hacia la puerta por donde debían aparecer quienes fanfarronamente habían declarado que eran capaces de derrotar con la celeridad del relámpago a Francia e Inglaterra y en menos de mes y medio a dos meses aplastar a la Unión Soviética y avasallar al mundo entero.
El primero, sin apresurarse y tratando de aparentar serenidad, franqueó el umbral el general-feldmarschall Keitel, alto gallardo, en uniforme de gala, compinche inmediato de Hitler. Alzó la mano con su bastón de mariscal saludando a los representantes del Mando Supremo de las tropas soviéticas y aliadas.
Tras Keitel apareció el coronel general Stumpff. De mediana estatura, los ojos rebosantes de ira e impotencia. Al propio tiempo entró el almirante de la Flota von Friedeburg, que parecía prematuramente envejecido.
A los alemanes se les propuso sentarse a una mesa aparte, puesta especialmente para ellos no lejos de la entrada.
El general-feldmarschall se sentó despacio y levantó la cabeza, fijando su mirada en los que estábamos sentados a la mesa de la presidencia. Al lado de Keitel se sentaron Stumpff y Friedeburg. Los oficiales de la escolta se pusieron de pie detrás de sus sillas.
Yo me dirigí a la delegación alemana:
-¿Tienen ustedes el acta de capitulación incondicional de Alemania, la han estudiado y tienen poderes para firmar este acta?
Mi pregunta la repitió en inglés el mariscal principal de aviación Tedder.
-Sí la hemos estudiado y estamos dispuestos a firmarla –respondió con voz apagada el general-feldmarschall Keitel entregándonos un documento firmado por el gross-admiral Dönitz. En el documento constaba que Keitel, von Friedburg y Stumpff habían sido facultados para firmar el acta de capitulación incondicional.
No era ni mucho menos el altanero Keitel que aceptara la capitulación de la Francia vencida, Ahora parecía apaleado, aunque intentaba mantener la pose.
Me levanté y dije:
-Propongo a la delegación alemana acercarse a esta mesa. Aquí firmarán ustedes el acta de capitulación incondicional de Alemania.
Keitel se levantó inmediatamente, fijando en nosotros una aviesa mirada, luego bajó los ojos y tomando lentamente de la mesa el bastón de mariscal se encaminó con paso vacilante hacia nuestra mesa. Se le cayó el monóculo y quedó pendiendo del cordón. El rostro se cubrió de manchas rojas. Con él se acercaron a la mesa el coronel general Stumpff, el almirante la Flota von Friedeburg y los oficiales alemanes que los acompañaban, Keitel se ajustó el monóculo, se sentó en el borde de la silla y con mano ligeramente trémula firmó los cinco ejemplares del acta. Al instante estamparon sus firmas Stumff y Friedeburg.
Después de firmar el acta, Keitel se levantó de tras la mesa, se puso el guante derecho e intentó de nuevo hacer gala de marcialidad, pero no le salió y se retiró calladito a su mesa.
A las 0 horas 43 minutos del 9 de mayo de 1945 quedó terminada la firma del acta de capitulación incondicional de Alemania.
-Tampoco estoy de acuerdo –continuó Stalin- con que el acta de capitulación no se haya firmado en Berlín, centro de la agresión fascista. Hemos convenido con los aliados en considerar la firma del acta en Rheims como protocolo previo de la capitulación. Mañana llegarán a Berlín los representantes del Alto Mando alemán y del Mando Supremo de las tropas aliadas. A usted se le nombra representante del Mando Supremo de las tropas soviéticas. Mañana llegará donde usted Vishinski. Después de la firma del acta se quedará en Berlín como su asesor político.
El 8 de mayo, por la mañana temprano, llegó en avión a Berlín A. Vishinski, vicecomisario del pueblo de Negocios Extranjeros. Trajo toda la documentación necesaria para la capitulación de Alemania y comunicó la composición de los representantes del Mando Supremo de las tropas aliadas.
El 8 de mayo, por la mañana empezaron a llegar a Berlín los periodistas, corresponsales y reporteros gráficos para captar el histórico momento de la formalización jurídica de la derrota de la Alemania fascista, del reconocimiento por ella del irreversible fracaso de todos los planes fascistas, de todos sus objetivos misantrópicos.
Mediado el día llegaron al aeródromo de Tempelhof los representantes del Mando Supremo de las tropas aliadas.
Representaban al Mando Supremo de las tropas aliadas Arthur W. Tedder, mariscal de aviación de Gran Bretaña, el general Karl Spaatz , comandante jefe de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de EE.UU. y el general Jean de Lattre de Tassigny, comandante en jefe del Ejército francés.
En el aeródromo los recibieron mi suplente, el general del ejército V. Sokolovski, el coronel general N. Berzarin, primer comandante de Berlín, el teniente general F. Bókov, miembro del Consejo Militar del Ejército y otros representantes del Ejército Rojo. Del aeródromo los aliados se trasladaron a Karlshort, donde se había decidido recibir del Mando alemán la capitulación incondicional de Alemania.
Al mismo aeródromo llegaron de la ciudad de Flensburg, custodiados por un grupo de oficiales ingleses, el general feldmarschall Keitel, el almirante de la Flota Friedeburg y el coronel general de aviación Stumpff, que tenían poderes de Dönitz* para firmar el acta de capitulación incondicional de Alemania.
Allí, en Karlshort, en la parte oriental de Berlín, en el edificio de dos plantas que había sido comedor de una escuela de ingenieros militares de Alemania, prepararon la sala donde debía transcurrir la ceremonia de la firma del acta.
Tras un breve descanso del viaje, todos los representantes del Mando de las tropas aliadas vinieron a verme para ponernos de acuerdo acerca de las cuestiones de procedimiento de tan emocionante suceso.
Apenas entramos en el local reservado para la conversación irrumpió una avalancha de periodistas norteamericanos e ingleses y sin preámbulos empezaron a asediarme a preguntas. En nombre de las tropas aliadas me hicieron entrega de una bandera de amistad en la que estaba bordado en letras doradas un saludo de las tropas norteamericanas al Ejército Rojo.
Una vez que los periodistas abandonaron la sala de la reunión abordamos el examen de varias cuestiones relacionadas con la capitulación de los hitlerianos.
El general-feldmarschall Keitel y sus acompañantes se encontraban mientras tanto en otro edificio.
Según referían nuestros oficiales, Keitel y los otros componentes de la delegación estaban muy nerviosos. Dirigiéndose a quienes lo rodeaban, Keitel dijo:
-Al pasar por las calles de Berlín me quedé estremecido del grado de su destrucción.
Uno de nuestros oficiales le respondió:
-Señor feldmarschall, ¿y usted no se estremeció cuando por orden suya eran borradas de la faz de la tierra miles de ciudades y aldeas soviéticas bajo cuyos escombros murieron aplastadas millones de personas nuestras, incluyendo muchos miles de niños?
Keitel palideció, encogió nervioso los hombros y no respondió nada.
Como habíamos convenido de antemano, a las 23 horas 45 minutos, Tedder, Spaatz y De Lattre de Tassigny, representantes del Mando aliado, A. Vishinski, K. Teleguin, V. Sokolovski y otros se reunieron en mi despacho, que se hallaba al lado de la sala donde los alemanes debían firmar el acta de capitulación incondicional.
A las 24 horas en punto entramos en la sala.
Comenzaba el 9 de mayo de 1945…
Todos tomamos asiento a la mesa. Estaba junto a la pared donde habían fijado las enseñas nacionales de la Unión Soviética, EE.UU., Inglaterra y Francia.
En la sala, a las largas mesas cubiertas con tapete verde, se acomodaron los generales del Ejército Rojo cuyas tropas habían destrozado en el más corto plazo la defensa de Berlín, obligando al enemigo a deponer las armas. Estaban presentes también numerosos periodistas y reporteros gráficos soviéticos y extranjeros.
-Nosotros, representantes del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Soviéticas y del mando Supremo de las tropas aliadas –declaré abriendo la reunión- hemos sido facultados por los gobiernos de la coalición antihitleriana para aceptar del Mando militar alemán la capitulación incondicional de Alemania. Inviten a la sala a los representantes del Alto Mando alemán.
Todos los circunstantes volvieron las cabezas hacia la puerta por donde debían aparecer quienes fanfarronamente habían declarado que eran capaces de derrotar con la celeridad del relámpago a Francia e Inglaterra y en menos de mes y medio a dos meses aplastar a la Unión Soviética y avasallar al mundo entero.
El primero, sin apresurarse y tratando de aparentar serenidad, franqueó el umbral el general-feldmarschall Keitel, alto gallardo, en uniforme de gala, compinche inmediato de Hitler. Alzó la mano con su bastón de mariscal saludando a los representantes del Mando Supremo de las tropas soviéticas y aliadas.
Tras Keitel apareció el coronel general Stumpff. De mediana estatura, los ojos rebosantes de ira e impotencia. Al propio tiempo entró el almirante de la Flota von Friedeburg, que parecía prematuramente envejecido.
A los alemanes se les propuso sentarse a una mesa aparte, puesta especialmente para ellos no lejos de la entrada.
El general-feldmarschall se sentó despacio y levantó la cabeza, fijando su mirada en los que estábamos sentados a la mesa de la presidencia. Al lado de Keitel se sentaron Stumpff y Friedeburg. Los oficiales de la escolta se pusieron de pie detrás de sus sillas.
Yo me dirigí a la delegación alemana:
-¿Tienen ustedes el acta de capitulación incondicional de Alemania, la han estudiado y tienen poderes para firmar este acta?
Mi pregunta la repitió en inglés el mariscal principal de aviación Tedder.
-Sí la hemos estudiado y estamos dispuestos a firmarla –respondió con voz apagada el general-feldmarschall Keitel entregándonos un documento firmado por el gross-admiral Dönitz. En el documento constaba que Keitel, von Friedburg y Stumpff habían sido facultados para firmar el acta de capitulación incondicional.
No era ni mucho menos el altanero Keitel que aceptara la capitulación de la Francia vencida, Ahora parecía apaleado, aunque intentaba mantener la pose.
Me levanté y dije:
-Propongo a la delegación alemana acercarse a esta mesa. Aquí firmarán ustedes el acta de capitulación incondicional de Alemania.
Keitel se levantó inmediatamente, fijando en nosotros una aviesa mirada, luego bajó los ojos y tomando lentamente de la mesa el bastón de mariscal se encaminó con paso vacilante hacia nuestra mesa. Se le cayó el monóculo y quedó pendiendo del cordón. El rostro se cubrió de manchas rojas. Con él se acercaron a la mesa el coronel general Stumpff, el almirante la Flota von Friedeburg y los oficiales alemanes que los acompañaban, Keitel se ajustó el monóculo, se sentó en el borde de la silla y con mano ligeramente trémula firmó los cinco ejemplares del acta. Al instante estamparon sus firmas Stumff y Friedeburg.
Después de firmar el acta, Keitel se levantó de tras la mesa, se puso el guante derecho e intentó de nuevo hacer gala de marcialidad, pero no le salió y se retiró calladito a su mesa.
A las 0 horas 43 minutos del 9 de mayo de 1945 quedó terminada la firma del acta de capitulación incondicional de Alemania.
En la mañana del mismo día el acta firmada de capitulación incondicional fue llevada al Gran Cuartel General del Mando Supremo.
El primer punto del acta rezaba:
“1. Nosotros, los abajo firmantes, actuando en nombre del Alto Mando alemán, aceptamos la capitulación incondicional de todas nuestras fuerzas armadas en tierra, mar y aire y también de todas las fuerzas que se encuentran actualmente bajo el Mando Alemán ante el mando Supremo del Ejército Rojo y al propio tiempo ante el Mando Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas”.
Por el día me telefonearon de Moscú y me comunicaron que toda la documentación sobre la capitulación de la Alemania fascista había sido recibida y entregada al Jefe Supremo.
Así pues, terminó la cruenta guerra. La Alemania fascista y sus aliados fueron definitivamente derrotados.
Duro fue para el pueblo soviético el camino de la victoria. Y hoy todos los hombres honrados del mundo, lanzando una mirada a los terribles días pasados de la Segunda Guerra Mundial, deben recordar con profundo respeto y simpatía a quienes lucharon contra el fascismo e inmolaron su vida por liberar de la esclavitud fascista a toda la humanidad.
martes, 1 de mayo de 2018
1 de Mayo
Hoy es fiesta, hoy no hay clase y aunque en el aula lo hemos dicho alguna vez durante el tema de la Revolución Industrial y el movimiento obrero, os recuerdo la razón, por ahora como estudiantes y en el futuro como trabajadores/as
Los mártires de Chicago... sindicalistas anarquistas asesinados en noviembre 1887 por luchar por la jornada de 8 horas entre otras mejoras laborales
Los mártires de Chicago... sindicalistas anarquistas asesinados en noviembre 1887 por luchar por la jornada de 8 horas entre otras mejoras laborales
"¡Un día de rebelión, no de descanso! Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana"
Texto de la octavilla del 1 de mayo de 1885 en Chicago.
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