La historia de un desasosiego imperial: España y la Segunda Guerra Mundial
Juan Vigón entrega en junio de 1940 a Adolf Hitler una carta de Francisco Franco, recién estrenado Caudillo de España:
“Querido Führer: En el momento en que lo ejércitos alemanes bajo su dirección están conduciendo la mayor batalla de la historia a un final victorioso, me gustaría expresarle mi admiración y entusiasmo y el de mi pueblo, que observa con profunda emoción el glorioso curso de una lucha que ellos consideran propia. […] No necesito asegurarle lo grande que es mi deseo de no permanecer al margen de sus cuitas y lo grande que sería mi satisfacción al prestarle en toda ocasión los servicios que usted estime más valiosos.”
Unos meses después, en octubre, el Caudillo y el Führer se encontrarían en Hendaya de dónde según Serrano Suñer asegura, Franco quiso volver a España diciendo: “fui sin nada y os traje un imperio” siguiendo lo que él entendía eran las directrices que el testamento de Isabel la Católica había legado a España: expansión, África, Imperio y unidad. ¿Pudo, quiso o evitó la dictadura franquista la entrada de España en la II Guerra Mundial? ¿Cuáles eran las verdaderas ambiciones de Franco y su régimen surgido de la Guerra Civil? ¿Qué era lo que pensaban las otras potencias al respecto? Muchas otras preguntas se derivan de éstas, y a pesar de la existencia de una prolija bibliografía al respecto, la labor propagandística del franquismo está aún muy presente. Todas estas imágenes falaces, ampliamente difundidas y enraizadas en el imaginario colectivo de los españoles y españolas, se mezclan a la vez con rumores ideologizados, evidencias documentales y estudios serios sobre lo que realmente sucedió, creando una nebulosa en medio de la cual es difícil separar el mito del hecho. Abordemos aquí, modestamente esta necesaria labor de separación.
No hay que olvidar para comenzar, la apremiante necesidad de contextualizar al franquismo de los inicios de los 40, años de euforia y sentimiento de éxito del Eje y el fascismo en Europa, máxime tras la Guerra Civil española, en estos éxitos se tendía a ver un castigo divino a los creadores de un orden europeo y colonial injusto, Gran Bretaña y Francia. Esta efusividad belicista pro-Eje de la que hizo gala el franquismo, puesta en relación con las postreras reuniones de Franco con Eisenhower (1959), Nixon (1970) y De Gaulle (1970) entre otros, y los acuerdos que se derivaron de estos, pueden contribuir a alimentar la confusión sobre la verdadera naturaleza política e histórica del franquismo, que a esas alturas proclamaba la idea de que Franco había conseguido mantener a España lejos de la guerra. Estos encuentros y otros con mandatarios de los aliados tras los años 50 deben ser entendidos e interpretados en un contexto absolutamente diferente al de la II Guerra Mundial, esto es, el de la Guerra Fría, el fin de la autarquía, el tardofranquismo y el postfranquismo.
Queda así invalidada la utilización de estas reuniones como justificación de una supuesta convergencia histórica “ab initio” de la España franquista con el bloque occidental, cuyo centinela decía ser Franco, “campeón” del anticomunismo. Esta manipulación, que deforma y elimina partes de la historia reciente, daba como resultado una lectura romántica de la misma: un Franco patriota que odiaba a Hitler, al cual hizo esperar más de dos horas en Hendaya (en realidad fueron apenas 10 minutos los que tuvo que esperar el Führer), la supuesta admiración del general Patton y otros militares norteamericanos por sus homólogos españoles, la sobredimensión de las muestras de reconocimiento internacional al lugar estratégico que España jugaba y podría jugar en la guerra (mundial y posteriormente fría) o las simpatías hacia Franco por parte de personajes como Churchill. Todo ello eran retales de una reescritura minuciosa y laboriosa de la historia de España, al igual que de la biografía e imagen de Franco, estas reescrituras serían reproducidas por los recién llegados medios de comunicación y enseñadas en la escuela como historia verdadera.
Comienza la guerra
Es ya septiembre de 1939, la II Guerra Mundial acaba de comenzar y el día 4 del mismo mes un decreto que recoge el BOE declara la neutralidad española ante el conflicto, justo unos meses antes había terminado la Guerra Civil y las estructuras del poder del nuevo estado de Franco, apoyado en la Falange, el Ejército y la Iglesia se estaban aun desarrollando. Tan pronto como la maquinaria exterior del régimen ya funcionaba con Beigbeder en el ministerio y las victorias alemanas empezaron a sucederse, el posicionamiento político en Europa y el Mundo de España cambia. Uno de los sucesos clave, normalmente poco señalado, es la entrada de Italia en la guerra y la derrota de Francia (armisticio el 22 de junio de 1940), es así que España cambia entonces su estatus de neutral a “no beligerante”. La dictadura franquista y elementos adyacentes no esconden su emoción y alegría por unas victorias que sienten como suyas y de las cuales quieren participar.
La no beligerancia, extraña noción del derecho internacional, también fue adoptada por Italia justo antes de su entrada en la guerra, durante la invasión de Polonia y la declaración de guerra de Francia y Reino Unido a Alemania. Es en ese período de no beligerancia cuando Italia se preparó para atacar a Francia y Grecia para que justo unos meses después, el 10 de junio de 1940, Italia declarara finalmente la guerra a Francia y Reino Unido. Éste paso hacia la no beligerancia, el 12 de junio de 1940 (dos días después de la entrada de Italia en la guerra) era interpretado por los observadores de la época, junto a la toma de Tánger el día 16, como la lógica repetición del proceso italiano, es decir, España acababa de llegar al estadio inmediatamente anterior a la entrada en la guerra, las alarmas se encienden en Londres. La toma de Tánger, irrelevante en el conjunto de la II Guerra Mundial, fue todo un hito en el imaginario franquista de la época, era junto con Gibraltar, el Dantzig o el Trieste del militarismo español, una ciudad gobernada por un consejo multinacional y que mutilaba el Protectorado de Marruecos; la ocupación de Tánger se convertía así en la primera conquista hispánica en mucho tiempo, la primera piedra de un prometedor futuro imperial en África.
La España Imperial, un imperio a la carta
Esta idea imperial, aunque vista desde el presente puede parecer estrambótica y ridícula, era común y normal entre los jerarcas del régimen franquista. Tras la victoria en la Guerra Civil, los militares y especialmente los “africanistas”, con Franco a la cabeza, detentaban buena parte del poder en las instituciones, no por ello se debe pensar que otra de las facciones más importantes en el régimen, la Falange, no tuviera relevancia, pero debe decirse que ya no era la misma que en los años de la República y la Guerra Civil; durante la cual Franco promulgó el Decreto de Unificación (1937), desapareciendo así los carlistas y unificando a todos, Falange Española y de las JONS y Comunión Tradicionalista, bajo el mismo “movimiento”.
Franco, que con no pocos problemas faccionales internos no quería tener más frentes abiertos, se afanó poco a poco (especialmente tras la II Guerra Mundial) en domesticar al partido, eliminando a sus elementos más revolucionarios y radicales e introduciendo en ella a tradicionalistas y conservadores, volviéndola un movimiento más heterogéneo, controlable y útil en el cultivo de su imagen del nuevo “Felipe II”. Por otra parte, es sabido que existía una junta militar y varios generales (con el general Aranda a la cabeza) sobornados por los británicos (con cuenta de al menos 10 millones de dólares en el Swiss Bank Corporation, Nueva York) que planearon en varias ocasiones un golpe militar, dada la influencia de Serrano Suñer y la Falange sobre un Franco muy pro Eje. Existieron también confabulaciones en Alemania para acabar con Franco y sus dilaciones, Muñoz Grandes era visto como el hombre de “futuro” en España por parte del Eje, al que Hitler pretendía enviar a España, una vez derrotada la URSS “con la cruz de caballero con corona de roble y diamantes”, una División Azul victoriosa y “con un puñado de generales rusos como trofeo”, para que el pueblo lo aclamara y su prestigio le convirtiera en el hombre del momento, el hombre de Hitler en España.
La paradoja de la Falange es, que ante la prioridad que para Franco y los africanistas tenía Marruecos y por ende la creación de un imperio colonial africano, estos asuntos eran para la Falange algo secundario. A pesar de que la Falange no tuviera un plan imperial y colonial concreto, si planteó recuperar Hispanoamérica haciéndolo público en un comunicado. Las naciones latinoamericanas lanzaron una declaración conjunta en la que acordaron que se defenderían mutuamente en caso de guerra contra España, auspiciado este acuerdo por EEUU. Esto originó un continuo enfrentamiento entre la Falange y su servicio exterior (apoyado por Alemania) y los diplomáticos franquistas. Pero este plan, diseñado tardíamente era bastante vago, prueba de ello es que José Antonio Primo de Rivera (hasta su muerte) utilizara los problemas coloniales sólo para atacar al parlamentarismo (defendiendo a Italia por ejemplo en la cuestión Abisinia) pero nunca siendo esta una cuestión relevante en sus escritos y discursos.
Ello no quiere decir que “el Imperio” no estuviera presente en la retórica falangista, lo estaba, pero de una forma muy diferente a cómo la entendían los africanistas, que llegaban a decir que “los españoles somos todos moros”, afirmación esta, algo difícil de digerir para los falangistas y sus tesis racistas, que denunciaban la africanización del hombre europeo y pretendían una revolución nacional. Además, como ya se señaló, la Falange miraba más a América Latina que a África, y “el Imperio” tenía para ellos una connotación más espiritual y de comunión en lo universal, que de adquisición de territorios coloniales determinados y de inmediato como sí lo era para los africanistas. El “Imperio” fue una noción muy vaga en la Falange, mientras que los militares (y algunos falangistas como Serrano Suñer y Muñoz Grandes) estaban obsesionados con Marruecos y la cuestión colonial, con la necesidad de agrandar las pírricas y pobres posesiones españolas en África.
Franco y el ejército, derrotado éste en no pocas ocasiones en los últimos siglos, pretendían resarcirse de desastres como los de Cuba o el Rif, de los que culpaban a la debilidad e incompetencia de los gobiernos liberales españoles (“las ratas de Madrid” como los llamaba Franco) y a las conspiraciones de las potencias enemigas, que impedían a España alcanzar su misión universal y realizar sus derechos históricos. Con estos mismos derechos históricos era con los que Franco se presentaba en octubre de 1940 ante Hitler en Hendaya, en febrero de 1941 ante Petain en Montpellier y también en Bordighera ante Mussolini, que en contra de lo que se suele decir, no tenía mucho aprecio por Franco, de ello es testigo una anécdota sucedida en 1938, durante la Guerra Civil, en la que el Duce comenta a Ciano, su ministro de exteriores: “escribe en tu diario que hoy, 29 de agosto, profetizo la derrota de Franco. O el hombre no sabe cómo hacer la guerra o no quiere”. El franquismo estaba resuelto a crear un imperio y tal como escribió el belicoso Muñoz Grandes: “Gibraltar, Portugal y Marruecos son necesarios, vitales para España, pero no se lograrán sin guerra”. La entrada en la guerra de España, por parte del Eje, parecía la consecuencia lógica de esta ardorosa voluntad de Franco y sus generales africanistas.
La discusión sobre España, sus reivindicaciones y su entrada en la guerra fue discutida en numerosas reuniones que culminarían con el encuentro ya mencionado de Hendaya. En las anteriores, protagonizadas por Beigbeder (que se decía tenía una amante inglesa), Vigón y Serrano Suñer, entre otros, se perfilan las posturas alemana y española. Entre las prioridades de España estaba Gibraltar, que también interesaba a Alemania, especialmente a raíz del fracaso de la Batalla de Inglaterra, pero existían divergencias sobre quién debía llevar a cabo la ocupación del peñón. A esta operación, por la cual se convertiría al Mediterráneo en un “gran lago” a la espera de la conquista del Canal de Suez tenía por nombre en clave “Félix”, e incluía además la toma de algunas islas del Atlántico como base de submarinos, cortando así las comunicaciones del Reino Unido por el Mediterráneo y el Atlántico de un plumazo y creando puesto avanzado de una penetración en África. En este punto Serrano Suñer y Franco se negaron en rotundo, no iban a ceder las Islas Canarias y bases en Marruecos a Alemania, eran territorio nacional las unas y parte de su espacio vital las otras.
España había hecho suya ya por aquel entonces, la idea desarrollada por los geógrafos alemanes del “espacio vital” y Franco consideraba que la entrada de España en la guerra debía tener contrapartidas territoriales favorables para España, además de esto, el Reich debía suplir los suministros de grano y petróleo que llegaban a España por el Atlántico. Este espacio vital, teorizado por la Sociedad Geográfica Española, José María Cordero Torres y Tomás García Figueras entre otros y las reivindicaciones aparejadas son recogidas en algunas revistas africanistas de la época y algunos libros, entre los que sobresale la obra Reivindicaciones de España de Jose María Areliza y Fernando María Castiella (ambos después ministros de exteriores).
España consideraba, con variaciones a lo largo de la guerra, que todo el Marruecos francés debía pertenecerle, “España es una nación joven” rediviva y nueva tras la cruzada antibolchevique. Además del Oranesado (zona circundante a la ciudad argelina de Orán) y Marruecos, que tenía una importante población española, España tiene una misión histórica que cumplir, por lo que se debía ampliar el Sahara Español hacia el interior ocupando una buena parte de lo que ahora es Mauritania. Como ya se dijo, la relevancia de Marruecos es muy grande para el imaginario franquista, España y Marruecos formaban para Franco y los africanistas una misma unidad, un todo separado por la presencia francesa. En esta cita de Donoso Cortés (político conservador de la restauración monárquica), rescatada por el discurso africanista, se ilustra muy bien esta idea:
“Dad unidad a España, extinguid las discordias que enloquecen a sus hijos, y España volverá a ser lo que fue…y entonces ceñiremos con nuestros brazos el África, esa hija acariciada por el sol, que es esclava del francés y debería ser nuestra esposa.”
Marruecos y el Oranesado (este menos) eran innegociables ya que incluso se proyectó el estrambótico plan de construcción de un túnel para mejorar las comunicaciones de esos territorios y unir las dos orillas del estrecho. De todas formas, también se habló, aunque más tímidamente, de la ampliación de las posesiones españolas en el Golfo de Guinea. Entre las más exageradas peticiones están las de Juan Fontán, a la sazón gobernador de Guinea Ecuatorial, que consideraba que debían incluir todo Camerún, la parte oeste de Nigeria, Gabón y territorios interiores del Congo (hasta el río Ubanguy y Congo), Centroáfrica y Chad (hasta el lago Chad); es decir ampliar las posesiones españolas de 28.000 km² a 1.628.900 km² sólo en el Golfo de Guinea. Estas últimas reivindicaciones nunca fueron presentadas a Hitler y Mussolini, pero nos permite hacernos una idea de cómo de entusiasmada estaba la élite franquista con la II Guerra Mundial y su previsible (hacia 1940) y positivo desenlace. También se habló de Portugal (muy presente en el discurso Falangista), del Rosellón y la Cerdaña y de la Baja Navarra, territorios estos dos últimos que Hitler y Von Ribbentrop propusieron a sugerencia de Serrano Suñer, como contrapeso a las irrealizables ambiciones en África. En los desvaríos de la literatura franquista, se llegaba incluso a utilizar argumentos del tradicional nacionalismo catalán (que se remontan a la Corona de Aragón) para mostrar los derechos que España tenía sobre territorios tan variopintos como la ciudad de Alguer (Cerdeña) en la que se dice, se habla catalán.
Así bien, Marruecos podría ser negociable para Alemania, siempre y cuando España cediera los puertos de Agadir y Mogador (costa atlántica) y hubiera preferencias económicas para Alemania, como ya se dijo, pero Franco se negaba, porque en ese “condominio” en Marruecos predominaría Alemania y España sería una mera comparsa en su propio imperio. Mientras tanto, Serrano Suñer comenzaba a impacientarse y sus viajes a Alemania no cesaban, quería ver a España unida finalmente al Pacto Tripartito (Alemania-Japón-Italia) y en guerra con Reino Unido y la Unión Soviética, hecho que parecía inminente por el envío de la División Azul al este y ante el avance de las tropas italo-alemanas en 1941 hacia el Canal de Suez, el comienzo del fin del dominio británico del Mediterráneo. Por otra parte, España sí que se adhirió al Pacto de Acero y a la Antikomintern, acordando la entrada en la guerra pero sin fecha, pasando de esta forma a ser un aliado “no en guerra” del Eje, a pesar de lo que la propaganda posterior dijo.
Más tarde, a finales de 1941, el escenario Mediterráneo pierde importancia en favor del de Europa Oriental para Hitler, las negociaciones hasta la entrevista de Hendaya (octubre de 1940) concluían con que Hitler consideraba que el África Colonial francesa estaría, hasta que se acabara la guerra, mejor defendida por Vichy, además Mussolini y Ciano, cansados de Serrano Suñer y Franco también concluyeron que España serviría mejor a la causa como no beligerante, porque la defensa de la Península Ibérica distraería muchas fuerzas de África y del frente soviético, incluso a pesar de haber propuesto, una alianza militar entre España, Italia y Alemania con anterioridad. La cuestión española y la “Operación Félix” quedaron aplazadas, era preferible mantener a Francia del lado del Eje (dada la existencia de un tal De Gaulle) y proseguir con la lucha contra los soviéticos, España no podía aportar nada ahora, salvo preocupaciones y pérdida de recursos a pesar de la insistencia de Serrano Suñer de que había “dos millones de veteranos soldados que España podía aportar al Eje”. Eso sí, era necesario prever, por parte del Eje un desembarco aliado en España y que de esta forma los británicos lograran penetrar al continente desde las mal defendidas costas españolas, ahí nació la Operación Isabela y la Operación Ilona (esta última mucho más modesta) que sustituyeron a la Operación Félix en abril de 1941 y que movilizarían una escandalosa cantidad de unidades para invadir la península y echar al mar a los británicos.
Los intereses del Eje siguen virando al este, y allí también estará España con su División Azul, un claro ejemplo del interés español por entrar en la guerra y de la voluntad de jugar un papel relevante en ella, para en las negociaciones de una pax germano-italiana (que Franco veía en el 1941 muy cercana), estar en el bando ganador. Es pues el desinterés italiano y alemán lo que aleja a España de la guerra, no la falta de voluntad de la dictadura de entrar en ella incluso a pesar de informes como el del Ministro de Marina, redactado por Carrero Blanco, que advertía, en 1940 de la pésima situación militar y económica española.
El eterno camino hacia la neutralidad, el Imperio puede esperar
En julio de 1941, Franco demuestra con sus palabras, en un incendiario discurso con motivo del aniversario del día del “glorioso alzamiento”, la voluntad innegable de la España franquista de entrar en la guerra:
“La cruzada emprendida contra la dictadura comunista ha destruido de un golpe la artificiosa campaña contra los países totalitarios. ¡Stalin, el criminal dictador rojo, ya es aliado de la democracia! Nuestro Movimiento alcanza hoy en el mundo justificación insospechada. En estos momentos en que las armas alemanas dirigen la batalla que Europa y el Cristianismo desde hace tantos años anhelaban y en que la sangre de nuestra juventud va a unirse a la de nuestros camaradas del Eje como expresión viva de solidaridad, renovemos nuestra fe en los destinos de nuestra Patria, que han de velar estrechamente nuestros Ejércitos y la Falange.”
Churchill alarmado por las palabras de Franco pone de inmediato en marcha los preparativos de la “Operación Pilgrim” (renombrada como “Operación Puma” en 1941 pero con apenas variaciones), dando por hecho la entrada en la guerra de España y la consiguiente captura de Gibraltar:
“Si el gobierno español cediera a las presiones alemanas y fuese aliado de Hitler o co-beligerante, haciendo inutilizable la bahía de Gibraltar, tenemos preparada una poderosa brigada y cuatro buques rápidos para capturar u ocupar algunas islas del Atlántico.”
Las Islas Canarias se convierten así junto a Azores y Madeira en los objetivos de la operación, en la que incluso se tentó ya desde 1940 la posibilidad de incluir un grupo expedicionario de españoles exiliados, para así establecer en Las Palmas de Gran Canaria un gobierno con Negrín y otros republicanos a la cabeza, buscando la adhesión de los españoles a este gobierno y repetir el ejemplo de la Francia Libre vs. Francia de Vichy, es decir, la movilización de una resistencia antifascista mayor. Finalmente Samuel Hoare (embajador británico en Madrid) convence a Churchill de no poner en marcha la “Operación Pilgrim/Puma” arguyendo que el discurso de Franco, a pesar de su belicosidad no significaba la entrada inminente de España en la guerra, tal y como le habían asegurado al embajador fuentes monárquicas dentro del régimen. Era por tanto preferible continuar explotando las vías diplomáticas con España y Portugal ya que la neutralidad de ambos países (y sus archipiélagos) habían sido sumamente útiles para Gran Bretaña hasta la fecha. Era preferible esa situación a una rápida apropiación del Eje de la Macaronesia, consecuencia de la declaración de guerra a España.
La diplomacia franquista seguía haciendo énfasis en sus condiciones a Alemania e Italia, pero pareciera que al decir “condiciones” España se resistía a entrar, todo lo contrario, estas condiciones eran vistas como normales y de “sentido común” como ya se ha explicado, era el legítimo derecho de España. Además en 1941 otros países ya se habían unido al Eje: Hungría, Rumanía, Eslovaquia y Bulgaria (marzo de 1941) y las operaciones avanzan en el este y el sur (Yugoslavia, Grecia, Egipto, URSS) bastante bien. Eran Alemania e Italia, que al establecer prioridades en sus objetivos militares, desestimaron prestar más atención al asunto español, quedando España fuera de la guerra, precisamente por su impotencia y falta de alimentos, carburantes y recursos militares modernos (de cuya provisión dependía en último término de sus aliados del Eje), sin los cuales no podría afrontar una guerra sin una estrepitosa derrota, pero no por falta de ganas, en contra de lo que aireaba el régimen.
A finales de 1941, con una contraofensiva soviética a las puertas de Moscú y con EEUU de lleno en la guerra tras Pearl Harbor, se presenta un 1942 menos clarividente: derrota italo-germana en El Alamein, “Operación Torch” de desembarco anglo-norteamericano en el norte de África (que también preveía la Operación Backbone en la que los aliados atacarían a España a través del Protectorado de Marruecos, al ser conocida la codicia española por el Marruecos francés, para ello estarían en Reino Unido preparadas tres divisiones y una brigada) y malas noticias desde Stalingrado, ahora aun más era imposible que Italia y Alemania se plantearan distraer fuerzas en asegurar y abastecer a España. En consecuencia, Serrano Suñer cae en desgracia.
El sustituto de Serrano Suñer, el Conde Jordana, con pleno control sobre el servicio diplomático, fue el que tras 1942 empezó a contemporizar con los aliados, a actuar con prudencia. Franco también colaboraba, con la explicación a los embajadores de su teoría de las tres guerras en una (la II Guerra Mundial): la de Alemania contra la URSS, (en ella España es moralmente beligerante), la de Alemania contra Reino Unido y EEUU (España es estrictamente neutral) y la del Pacífico (España apoya a EEUU). Internamente hay importantes divisiones sobre qué se debe hacer ahora, ante el nuevo escenario bélico, testimonio de ello son los sucesos de la Basílica de Begoña en 1942 en el que unos falangistas lanzan una bomba a un grupo de tradicionalistas que salían de misa.
Para Jordana actuar partidistamente en la guerra, es decir, tomar parte exclusivamente por un bando, a tenor de los rápidos cambios que se podían dar en los campos de batalla era una estrategia suicida, pero contemporizar de tal forma era muy difícil. Los aliados por ejemplo, desde 1943 empezaron a exigir algunas medidas contra el Reich para tomar en serio la neutralidad decretada en ese año. Los suministros a Alemania y el libre acceso de los servicios secretos alemanes a España (donde tenían su mayor base logística en el extranjero) no cesó, e igualmente pasó con otras exigencias que o bien fueron implementadas con retraso o bien parcialmente.
Jordana intentaba mantener las relaciones más cordiales posibles con los dos bandos, ya que veía el armisticio como una consecuencia irreversible, fruto de este pensamiento fueron los sucesivos llamamientos a la paz que hizo España en 1943, que aunque rechazados por los dos bandos podían situar a España, en tanto potencia neutral, en un buen lugar de cara al orden mundial de posguerra dejando evidencias de la buena fe con la que España había actuado. En este sentido van dirigidas acciones como que ordenara Jordana al embajador a Berlín que debía quejarse del trato que se dispensaba a los católicos en el Reich. Pero el Conde de Jordana no se percató de que a la altura de 1943-44 en la que el Reich comenzaba a dar señales de cansancio y el ascenso de la estrella aliada parecía consolidarse, desde Washington y Londres esta diplomacia de “gestos” era interpretada como un engaño ya que el apoyo material a Alemania seguía teniendo lugar, testimonio de ello es que la División Azul aun seguía en activo (orden de vuelta cursada en octubre de 1943 y la última unidad en combate hasta marzo de 1944) y la extensión de un crédito a Alemania por valor de cien millones de marcos.
Del mantenimiento de esta actitud se derivó la crisis del Wolframio, ya que España seguía suministrando a Alemania este importante mineral, esencial para la continuación del esfuerzo bélico, aun a pesar de los avisos de los aliados. A raíz de esta crisis, EEUU propuso actuar con contundencia, pero los británicos, aconsejados por el embajador Hoare que consideraba factible una vuelta de la monarquía en España, que con los debidos y sutiles apoyos de los aliados podría tener éxito (Hoare contaba con importantes contactos entre la facción monárquica dentro del régimen). Esta predicción del embajador británico no se consumó finalmente, ya que los sectores monárquicos españoles, salvo aisladas excepciones, no movieron un dedo. Hoare encolerizado acabó apoyando una solución drástica tal y como había propuesto EEUU, pero fue ahora Churchill el que convenció a Rooselvelt a través de una carta de desistir en acabar con Franco y la Falange:
“No deberíamos acceder a atacar a países que no nos han molestado por la mera razón de que nos desagrade su gobierno totalitario. No sé si existen mayores libertades en la Rusia de Stalin que en la España de Franco, pero yo no quiero entrar en jaleos con ninguno de los dos. […] Franco no me gusta, pero después de de la guerra no quiero una Península Ibérica hostil hacia Gran Bretaña. No sé en qué medida podré fiarme de una Francia gaullista. Alemania, por su parte, va a tener que mantenerse subyugada por la fuerza y a nosotros se nos presenta una alianza de veinte años con Rusia. Ten presente que todo esto lo vivimos muy de cerca.”
Así se desmonta otra vez, de las más asumidas manipulaciones propagandistas del régimen, no fue la diestra diplomacia de Franco y su buen hacer lo que salvó al régimen, sino una mezcla de circunstancias y decisiones en relación a España tomadas por otras potencias lo que mantuvo al régimen franquista vivo.
De esta forma, que España no entrara finalmente en la guerra sirvió al régimen para divinizar la figura de Franco como el guardián de España y de la paz, aquel que salvó al pueblo español de sufrir las ominosas cargas de la guerra que sí sufrieron en el resto de Europa. Franco se convirtió falazmente en el salvador de España, que mantuvo a raya a las divisiones alemanas más allá de los Pirineos, que hizo esperar a Hitler en Hendaya y cuya prudencia negociadora evitó también la intervención de los aliados en la Península Ibérica. Franco, como explicitó en la carta a Hitler con la que se comienza el artículo, quería entrar en la guerra, pero no sabía ni cómo, ni cuándo; esto unido a la patente incapacidad material y militar de la España de la época, de la que Franco era consciente y a la ya mítica vacilación e inacción propia de Franco, pusieron al régimen a merced de circunstancias históricas y cálculos estratégicos superiores a sus capacidades de control.